top of page

Año nuevo ¿arte nuevo? Jheronimus Bosch

          Me he quejado, anteriormente, de las dinámicas en los museos y de los comportamientos de algunos de sus visitantes. Mea culpa. Un demonio socrático me incita a pasar demasiado tiempo explorando galerías y descubriendo tramas ocultas (a la manera de la carta robada de Poe), entre los trazos y las miradas. Hace unos meses, por fortuna, terminé “enmarcada” en una galería que simulaba un famoso mercadillo madrileño, con motivo del V Centenario de la muerte de Jheronimus Bosch, mejor conocido como El Bosco (1450-1516).

          Desde las impresionantes alegorías bíblicas de Salvador Dalí hasta el más reciente caso de José Manuel Ballester, en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid, y Alexeï Vassiliev, en la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada de la Ciudad de México, la obra de El Bosco ha sido influencia directa para los artistas de la Modernidad pictórica, fotográfica e incluso para las tendencias ecológicas.[1] Su fama ha ido in crescendo debido al enigma contenido en las alegorías de pasajes bíblicos y los inesperados personajes que habitan los retablos. Miedo, ironía, caos, ira, seducción, curiosidad, inspiración y un total desconcierto se experimentan al perder la mirada entre las miles de figurillas que interpelan con desmesurada vitalidad y que revelan detalles asombrosos. El influjo de su obra no ha sido menor en nuestra época debido al apabullante contexto político, ético y social que nos sitúa entre el segundo y tercer retablo de El Jardín de las Delicias (1490-1500).

          En la opinión de uno de sus primeros exégetas hispanos, Felipe de Guevara en sus Comentarios a la pintura (1788), las quimeras y el dominio de las prodigiosas formas representadas en los cuadros por el artista flamenco son ejemplo de “composiciones de cosas admirables” (41) aunque su extrañeza sea patente incluso en el pensamiento religioso. Y es que basta contemplar el tercer retablo de El jardín de las delicias para maravillarse de la iconografía que muestra los castigos a los pecados humanos. La imponente sonoridad del tormento, representada mediante las quimeras musicales que acosan a los pecadores, señalan el dramatismo de la escena enfatizado por una gama de tonos ocres y sombras que contrastan severamente con la luminosidad del segundo retablo, en el cual se aglomeran numerosos individuos que disfrutan, desmesurada e inconscientemente, de los beneficios del paraíso perdido.

          Empero, más allá de la importancia de los argumentos bíblicos, me parece que el famoso tríptico puede ser interpretado, también, como un espléndido bestiario fantástico cuya exégesis estaría a cargo del espectador, lo que convierte la obra en un gran catálogo de flora y fauna que se actualiza con cada época. El experimento realizado por el madrileño José Manuel Ballester, en su exposición Paisajes encontrados: El Bosco, El Greco y Goya (2016), consiste en reproducir los fondos espaciales que rodean a los protagonistas de cada lienzo elegido. En el caso de El Jardín…, la ausencia de pecadores vuelve patente que no se trata de un paraíso perdido sino de uno destruido a partir de la ceguera decretada como castigo: la especie humana emana el caos a partir de su voluntad y con sus excesos se priva de los dones otorgados.

          Hace unos días supe de la exposición de Vassiliev y de inmediato quise conocer su obra. Jheronimus (2016-2017) reúne casi una veintena de fotografías inspiradas en la enigmática obra de El Bosco. Para mí fue claro que los homenajes no sólo conmemoran el legado del artista como también indican la necesidad de explicar nuestro contexto a partir de un referente evidentemente apocalíptico. Para el fotógrafo ruso, aquel edén destruido al igual que las quimeras responsables de dicha destrucción pueden ser capturados por su lente. Entre los enfoques expuestos es sorprendente encontrar que, a veces, sólo hace falta agudizar la mirada y esperar entre las multitudes para identificar la presencia de “monstruos” quienes, atendiendo a la etimología del término, muestran aquellas tramas ocultas que fueron evocadas hace quinientos años por el pintor flamenco. En las fotografías tomadas por Vassiliev pueden observarse rostros que se deforman, miradas que delatan y una vibrante gama de bermellones y sombras que recrudecen el sentido “descubierto” de las tomas. Cuesta trabajo creer que se trate de fotografías obtenidas en espacios públicos, de reunión habitual, como una estación o un restaurante.

          Parece ser que seguimos avanzando, inexorablemente, de un retablo a otro, sin poder retornar al comienzo del tríptico. Durante mi recorrido no puede evitar ladear la cabeza en busca de alguna certeza frente aquel fragmentario paraíso corrompido. Parece ser que no hay otra forma de observar nuestra época sino es con un ángulo invertido. Sin embargo, tal y como muestra la última fotografía de la exposición, entre tantas quimeras que habitan nuestros estériles espacios también puede darse el caso de que alguna mirada pulcra aguarde escondida, esperando ser encontrada para retornarnos al edén perdido; aquel que abandonamos en el famoso tríptico.

 

[1] Tal es el caso de Leonardo Di Caprio, embajador de las Naciones Unidas, quien ha estrenado un documental sobre el cambio climático, Before the Flood (2016) cuyas terribles y desconsoladoras imágenes encuentran un preámbulo artístico en el famoso tríptico del artista de Hertogensboch, según la pequeña referencia inicial del cortometraje.

Aimée Mendoza Sánchez

bottom of page